domingo, 14 de junio de 2009

Enjoy the ride


- Disculpe señor, ¿Puede frenar la calesita?


- Cómo nena, ¿Te querés bajar?


- Eso creo, estoy dando vueltas hace rato ya, y no consigo sacar la sortija.


- Ah! La codiciada sortija...Dejame que te digo algo: ese objeto del deseo que tanto anhelas (y no solo tu, no creas), ¿Cuán feliz te puede hacer? No hablo de la dicha de la conquista, eso tiene una duración acotada. Claro que gracias a la alegría residual, la fantasía de perfección se extiende. ¿Cuánto? Y, eso dependerá del sujeto. El cruzar la meta, pararte en el podio con la copa en alto te gusta por el desafío, ¿O me equivoco?


- ¡Así es! Quiero el premio mayor, me regocijo en la idea de alcanzar el fin máximo. Tengo un objetivo claro y deseo cumplirlo. No es importante sólo para mi, no no...Somos miles, millones, los que corremos esta carrera de obstáculos. Pero mire usted que curioso,... que yo gane no significa que los demás pierdan. La felicidad de uno u otro no es excluyente. Podría decirle que en este sentido es distinto a la sortija...


¡Lo tengo! No es excluyente porque hay una sortija para cada uno, verdad?


- Bien muchacha, vas entendiendo. Ese objetivo que alberga celosamente la felicidad es irrepetible. Como el hombre de las mil caras, toma una forma diferente según quién la evoque.
De todos modos, hay un error fundamental en tu pensar. No te angusties, es de lo más común. La realidad, es que esa satisfacción es temporal. Si no sacas la sortija hoy, aquí, lo harás otro día en otra plaza. Yo sé lo que piensas, que no es fácil volver a subir a la calesita luego de los intentos fallidos, pero eso definirá tu fibra intrínseca. Que te vuelvas a subir al caballo. Mientras tanto diviértete con el paseo, exprime cada vuelta y escucha tu risa, es la canción...

miércoles, 10 de junio de 2009

Persiana Americana


Primero es algo simple, un “anuncio profético del viento” me decía una chica cuando tomábamos café en una cortada de San Telmo. Eso de que está reservado para unos pocos es la vulgar falacia de aquellos sin capacidad de asombro.
Hay un ojo esquivo, tal vez una risa burlona que se escapa tras los labios de mango, de fruta prohibida... y ahí mismo cuando bajas la vista y miras tus zapatitos de charol (los altos con tobillera), aparece disfrazada la duda. Claro que no existe conciencia de tal hecho impropio, pero por algún motivo te sorprendes pensando qué te adorna debajo del vestido, encaje y satén.


El ojo esquivo es ahora mirada sutil. Enroscas las piernas y un hombro hacia adelante que resalta ese huesito cerca del cuello. Clavícula de caramelo. Lo rozas despacio, una caricia tenue con la yema de los dedos que pasan a hundirse de forma sugestiva en tu pelo suelto. Parece seda, piensa, y te mira desde el rincón opuesto.
Hay un leve contacto, piel desnuda hielo que hierve y deja su marca imperceptible plasmada en la memoria corporal. Se acercan los cuerpos y bailan un tango de abrazo abierto, con decoro y precaución...


No dura, y se convierte en Pasional (de Pugliese).


Hay un par de manos que guían la cadencia de una cintura, una respiración serena que tras encontrar su contraparte en un roce suave, seguida por una presión en aumento, se vuelve entrecortada. Las manos se encuentran como comandadas por un imán invisible y terminan por estrechar el abrazo, barreras de espacio personal nulas.


Un beso en el hombro con labios que hormiguean impacientes ante el contacto, almizcle de tu aliento tibio. Otra vez los labios de fruta, explosión de mango y papaya. Fruta de la pasión.
¿Hay una música de fondo? No sabes con seguridad pero fruncís el ceño intentando descifrarlo. Adiós al encaje y hasta luego al satén, olvidando toda sutileza el desenfreno se presenta erguido


ante la mirada que se posa con ternura


en la expresión más libre y pura
del ser.