miércoles, 13 de junio de 2007

Burbuja de corta duración



Ella se despertó ese domingo con una sensación un poco diferente. Vale recalcar que este no era un domingo como cualquiera, era un poco diferente. Este domingo no anunciaba el comienzo con la estrepitosa angustia del final. No incitaba el cumplimiento de plazos imposibles, ni el fútbol de las cinco que se auto proclama dueño de estas tardes.
Esta vez, el domingo era atemporal. Como un jueves, un martes o un sábado. Este Domingo de Abril ella se despertó a su lado y no se tenia que ir. Entro en pánico, porque no había escapatoria, eran solo ellos dos. Pero lo asimiló como la posibilidad de algo positivo y se levanto sin despertarlo. El desayuno golpeó la puerta a eso de las 10 y ella preparó su primera taza de café de filtro (acostumbrada siempre al instantáneo o de confitería).

A esto le hecho agua y ya? Ahh no, ahí están los filtros, claro.

La taza se la llevó al balconcito de su primer departamento, ese con cortinas bordeaux en vez de blancas y un hombre en el cuarto principal en lugar de su acomodada soledad. El sol calentaba sus primeros días de otoño para ellos, mientras que en la ciudad las nubes escurrían su ira sobre edificios y calles, autos y corazones.
El olor al café recién hecho, el cigarrillo en la mano izquierda, empapados de sol mañanero y brisa de Abril. Una impresión en la piel de auto dominio, la satisfacción de sentirse completamente dueña de sí misma y de nadie más, sin tampoco pertenecer. Y con esa mueca que disfraza una sonrisa, le llevó la bandeja hasta la cama y lo despertó de a poco, con un beso en la mejilla.
Ella, que nunca supo si amó a un hombre tanto como a una tarde lluviosa, o un café en Palermo viejo, que disfruta de las tardes en el rió o en algún banco de plaza con el último ejemplar de Cortazar. Ahora se veía compartiendo una cama, una sonrisa y una emoción. De piernas que se encuentran por debajo de la mesa y las sábanas, de visitas inesperadas y besos públicos... De novedad y esa emoción que sienten los niños con cada regalo de Navidad.
Él se recomponía, juntaba los pedacitos de un corazón roto cuando la encontró. Ya se conocían, como muchos, pero se encontraron el uno al otro una mañana de Abril. Ella no solo lo encontró a él, sino que se encontró a sí misma
Entre el café,
Entre las almohadas compartidas
la arena fría del otoño
y el mar en el que se animó a chapotear como una infante.

Entre los bosques y las calles de tierra caminó, al tiempo que respiraba mañana de esa manera que colma el pecho. Una mañana que se absorbe por los poros y agudiza los sentidos. Mañana que grita de libertad, mañana que calla de serenidad. Mañana que da paz, y energiza los músculos y el alma.

Mañana que ella compartió con él.

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