lunes, 11 de junio de 2007

Escena



Un longboard y una 7 pies acompañan la expedición en búsqueda de olas por al costa. Mediados de Abril, y sin embargo el sol escolta el auto sin techo como si fuese Enero. En busca del mar perfecto para correr, a cada playa le encontramos un defecto imposible de ignorar, hasta que damos con una que nos copa. Pero claro, el inside está plagado de locales y el derecho de piso nos va a cachetear. Así que seguimos.
Metro a metro y minuto a minuto nos alejamos del punto de partida y nos desprendemos de la idea de correr olas. El horizonte ríe burlón.
Encontramos nuestra playa.
Dejamos el transporte y las tablas al cuidado de un señor con chaleco fluorescente y empezamos a bajar los escalones de madera que desembocan en la arena.
Sagrado es el momento en el que me saco las ojotas y mis pies desnudos atraviesan los pedacitos de roca molida que inundan el escenario.
Mientras que disfruto del panorama y absorbo cada poquito de infinidad, la primera se desviste y sin consulta previa se zambulle en el Atlántico. Yo me asiento y doy un giro muy lento de 360 para adaptarme a la esencia del paisaje. Que tanto estoy dudando? De un impulso dejo mi ropa de lado y corro hacia la orilla pero sin dejar que el agua me alcance. Miro mis pies y me dirijo a toda velocidad hacia el mar. Salto luchando contra la densidad que me impide el paso a medida que me adentro más y más. 1, 2, 3! Todo mi cuerpo se sumerge ante la primera ola. Mientas me mantengo bajo la superficie una corriente helada azota contra mi piel y me obliga a emerger y respirar. Abro los ojos y no puedo pensar, esa sensación de incontables alfileres. Me paso un rato nadando hasta que de a poco empiezo a conectar.
El frió ya no es frió, y todo lo que se siente es Paz.
Floto de espaldas al tiempo que el sol se esconde atrás de unas palmeras solitarias, tan bajo y tan naranja que ya no proyecta luz sobre el mar y este se vuelve una masa oscura y uniforme, y ya casi ni se distinguen las ondulaciones. La mente se ajusta. Cada uno de mis miembros se relaja y me entrego ciegamente al ritmo del mar. Por unos 20 segundos no existe nada más y me siento como pocas veces. Libre. Completa, e indiscutiblemente feliz. Pero esos breves instantes de presencia conciente absoluta no duran.
La espuma juega con mis tobillos mientras camino por la orilla.
No siento frío.
No siento nada
Y siento todo.
Me muevo en una suerte de trance y estado de estupefacción. La idea de lo ocurrido, de la conexión entre ese lugar donde creemos que está nuestra esencia y lo que rodea me calla siquiera antes de articular palabra
Envuelta en una toalla que carece de sentido camino hacia los escalones de madera.
La escena se apaga por completo y en su lugar una luna color azafrán anticipa el comienzo del segundo acto...

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